11 de noviembre de 2001

 

Estimado Dr. Goldstein:

 

Este es mi última comunicación y me permitiré, por única vez, dar mi opinión personal sobre la controversia. Esta vez haré el esfuerzo de dejar al periodista de lado y le escribirá el ser humano. Créame cuando le digo que me alegro que sus experiencias y las de su familia con Sai Baba hayan sido siempre hermosas y edificantes: es, creo yo, la experiencia de la inmensa mayoría de los buenos devotos de Sai Baba. Pero, naturalmente, esa mayoría no interactuó cercanamente con Baba. La minoría que se queja fueron seguidores de Baba tan cercanos como Ud. Y si sus experiencias no fueron igualmente positivas, escucharlas es el deber de cualquier persona sensible.

 

Yo imaginaba que un hombre en su posición (si su creencia es cierta, Ud. sería más importante que Juan Pablo II), debería estar mejor dispuesto a satisfacer las dudas de esas personas. Si lo hubiese hecho, hubiera podido responder las inquietudes de un periodista (que a diferencia de Ud. fue receptivo a las quejas de esa minoría) que se pregunta:

 

1)      ¿Por qué el presidente de una organización religiosa internacional tan importante rechaza responder con franqueza preguntas muy específicas, a menos que tenga algo que ocultar?

 

2)      ¿Por qué avala con el silencio que, al menos en una oportunidad, ha rechazado la correspondencia de personas que se declararon afectadas en su sensibilidad y todo lo que piden es que se inicie una investigación?

 

3)      ¿Por qué se niega a examinar las graves afirmaciones de personas que no tienen nada para ganar -y sí mucho que perder- que alguna vez pertenecieron a una comunidad humana de la que recibieron (y entregaron) tanto amor y alguna vez compartieron las creencias que Ud. todavía mantiene?

 

Si Ud. realmente cree que lo que llama “ataques” es parte de una campaña o conspiración, es sorprendente que no se haya tomado la molestia de verificar si esas afirmaciones contienen al menos parte de verdad y se haya conformado con la previsible recusación del sospechoso de mala conducta.

 

Permitame, para terminar, que lo lleve al terreno de su especialidad.

 

Se me antoja asombroso, Dr. Goldstein, que tanto Ud. como otros importantes oficiales de la organización opten por la “política del avestruz” ante los ampliamente comprobados manoseos genitales que practica alguien que dice ser dios pero que -en tanto “encarnación humana”- le caben las generales de la ley y debería abstenerse de manipular las zonas íntimas de menores de edad con unguentos si no posee titulación médica.

 

Esa “política del avestruz” es aún más grave porque Ud. está actuando como si ignorara que tales cosas están sucediendo. Sin embargo, está documentado que las conoce desde hace años, del mismo modo que es perfectamente conciente de que en todo el mundo existen decenas de personas dispuestas a presentarse en los tribunales para ratificar sus protestas.

 

Que Ud. no advierta a los devotos que Sai Baba puede tocar las zonas íntimas de menores de edad (cosa que permitirán en la medida de que lo creen un dios) puede ser interpretado como abuso de autoridad y por lo tanto, usted, en su carácter de presidente de la Organización, puede ser acusado de encubrimiento.

 

Pero yo no soy juez, Mr. Godstein. Soy apenas un periodista y por eso, hasta ahora, sólo me había limitado a hacerle preguntas. Que no me responda porque “sus experiencias fueron buenas” significa, entre otras cosas, que no practica la filosofía que predica: Sathya = Verdad, Dharma = Rectitud, Shanti=Paz, Prema = Amor Divino y Ahimsa = No violencia.

Muchas veces, lo que es bueno para uno no lo es para otros. No medir ese riesgo implica no practicar el principio universal según el cual debemos “amar al prójimo como a uno mismo”.  Despreciar las experiencias de los otros (exhibida al negarse a responder preguntas de la prensa o atender reclamos de los devotos) no es una actitud meritoria: implica estar actuando en forma egoísta.

 

Lo que es bueno para Ud. parece que no lo es para mucha gente que formó parte de esa Organización. Usted, para ellos, está violando en toda la línea los principios de Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Porque no sólo se niega a escuchar la quejas sino que no dice la verdad. Porque no sólo no actúa con rectitud sino que le añade indiferencia, lo que irrita (violenta) al que no se siente escuchado.

 

No puedo evitar preguntarme: ¿Baba lo tiene a Ud. en tan alta consideración porque encontró en usted a un ladero que no le cuestiona nada, incluso al punto de afrontar el riesgo de que lo consideren cómplice o encubridor de posibles actos de conducta criminal?

 

No lo creo. Mi idea, más bien, es que Ud tiene miedo a enfrentarse con la realidad. Teme identificarse con el colapso espiritual que tantas veces vio en devotos que le dijeron que sus hijos habían sido abusados sexualmente por Sai Baba.

 

Baba, según entiendo, pide que no lo defiendan. Lo siento, pero si fuera así en este momento no estarían preparando una carta firmada por el Primer Ministro de la India. Baba, según creo, se declaró “la pureza misma”. Si realmente fuera así, no tendría nada que esconder, y no habría tantas zonas oscuras en su historia (eludir responder en la causa judicial abierta tras los crímenes posteriores al presunto atentado contra su vida en 1993, su sistemática renuencia a reproducir sus presuntas materializaciones frente a ilusionistas expertos, su viaje a Uganda en 1968 para abrazar al criminal dictador Idí Amín Dadá, los devotos expulsados del ashram por comentar sus gustos sexuales, por sólo nombrar unas pocas actitudes éticamente cuestionables que le atribuyen los ex devotos, periodistas e investigadores de la India).

 

Baba pide que no lo defiendan pero, hasta dónde sé, no aconsejó ignorar al que pregunta o reclama, y eso es lo que usted está haciendo.

 

Si su amor por la divinidad es sincero, Ud. no debería actuar a la defensiva. La paz y la no violencia se predican actuando con el corazón en la mano, mostrándose receptivo al desprotegido y actuando con sinceridad. Lo siento, Dr. Goldstein, pero no veo que eso sea lo que está sucediendo.

 

Alejandro Agostinelli