Mi Abuelita

por Susie - una joven de 15 años - su nombre completo y dirección por solicitud.

Publicado con el permiso de sus padres.

  

¿Podemos permitir que otros nos controlen,  despertar de pronto sin nada y darnos por vencidos?

 

Estaba sentada como si estuviese atontada y sorda, un susurro quería llegar a mis oídos. Volteé la cabeza hacia un lado. Estaba un hombre viejo de traje ahí parado, mascullando palabras que yo no podía oír. Sus temblorosas manos aguantaban una hoja de papel que tenía escrito un poema o alguna memoria, no recuerdo que era. Aunque no oía las palabras que estaba diciendo, podía sentir su dolor, no el suyo propio sino el que nos prestaba. La llama de una vela  flameaba a su lado, haciendo que sus arrugas parecieran aún mas profundas. Una lágrima corría por mi mejilla izquierda, no recuerdo por qué. Yo sabía que este anciano tenía que hacer esto con mucha frecuencia y me sentía agradecida. Me pregunté si tendría esposa, o si quizás ya habría muerto.

  

Mi hermana buscó tomar mi mano empalidecida que parecía estar muerta a mi lado. Pronto, al igual que mi madre, tendría que levantarse y hablar. Me pregunté de nuevo si nos permitiríamos ser controlados por otros, despertarnos de pronto sin nada y darnos por vencidos. Así hizo mi abuela, por lo tanto debe ser posible. Llegó el ataúd; se reflejaban en él las velas que flameaban y seis hombres de edad madura lo bajaban y lo ponían sobre una plataforma. Ahí estaba mi abuela entre esas paredes de madera. Parecía que hacía años que había muerto, pero ahí estaba. Yo traté de recordar a mi antigua abuela antes de que se enfermara.

 

Nos sentábamos juntas en el sofá en su sofocante, pero acogedora recámara con un ligero olor a incienso. Nos leíamos la una a la otra y hablábamos de cuentos de hadas como si fuesen verdaderos. Ella tenía una voz canadiense algo ronca, pero si le ponías atención era verdaderamente suave, joven y tierna.

 

Esos eran tiempos pasados. Yo me mudé al extranjero y ella culpaba a mi madre de ‘haberse llevado a su ángel’. Después de que me fui se sintió muy sola y mentalmente se ponía peor cada día. Cuando la visitaba ya no era lo mismo. No podía oír la ternura de su voz, solamente el ruido de su tos que lastimaba mis oídos.  

 

Durante los años en los que yo no estuve ahí con ella, había recibido una lavada de cerebro y había sido tomada por un horrible culto. La persuadieron de que adorara a un gurú falso llamado Sai Baba. Después de eso ya no se hablaba de cuentos de hadas sino de cosas irreverentes sin sentido alguno; muy pronto me aburrí de esas visitas. Este nuevo culto y su gente había apartado a mi abuela de su familia, ‘Su familia la ha abandonado, ya no les importa y no la aman, venga y únase a nosotros.’ La alejaron de su familia y de sus amistades. Le dijeron que no tuviera contacto alguno con nosotros. Me di cuenta lo malvada que se había puesto. Mi hermana trató desesperadamente de persuadirla de que volviera a su familia, pero ella no le hacía caso. Mi madre le rogó a gente en el gobierno, pero a ellos no le importaba. Simplemente no le hicieron caso.

 

Yo le escribí una carta después que murió para ponérsela en su ataúd. Escribí cómo era ella conmigo cuando yo era una niña. Decidí perdonarla y recordar sólo la parte buena. Mi madre se sintió muy afectada por la falta del amor de su propia madre. Mi madre le había salvado la vida a mi abuela en una ocasión.  Cuando se recuperó, le dijeron a mi madre que ella sólo había sido una mensajera de Sai Baba. Esto, por supuesto, estaba muy lejos de la verdad; este gurú alegaba que él podía cambiar un elefante y convertirlo en una princesa, muy similar a un cuento de hadas. Posiblemente esa debe haber sido una de las causas por las que él la inspiró, aunque nunca llegó a conocerlo.

 

Los asientos de madera en esta pequeña capilla eran fríos pero al mismo tiempo acogedores. Yo le pedí a Dios que perdonara a mi abuela, que ella estaba vieja y enferma y no se daba cuenta de sus acciones. El anciano paró de hablar y mi madre comenzó a decir un poema. Mi garganta se me cerró tanto que comenzó a arderme. Podía sentir que mi madre estaba pasando por lo mismo porque hablaba ronca y tomaba frecuentes respiros cortos entre renglones. Yo sentía que mi abuela ya había muerto hacía mucho tiempo, desde el día en que partí.  Todos esos años yo la había extrañado, parecía como si ella ya no quería estar con nosotros o amarnos como familia. Sentí cólera de que ella nos tratara de esa forma, pero mientras estaba sentada en esa iglesia sintiendo el perfume de las flores, sabía que ella estaba en paz. Era lo mejor que ya no siguiera viviendo porque habría caído en los brazos de estos hombres fraudulentos. Ella había permitido ser controlada por otros, se había despertado sin nada y dado por vencida.

 

Mi abuela sería enterrada junto a mi abuelo, donde le pertenecía estar. Me sentí mejor al darme cuenta que estos hombres ya no la podrían acaparar. La habían cambiado y por el hecho de encontrarse sola y débil, ella lo había permitido. Su amistad con estos hombres fue la causa de que hubiera sólo siete personas en sus funerales. Ella era familia y era nuestra sangre. Éste era nuestro último adiós. El culto se había quedado con todo su dinero. Ya no les interesaba. Ninguno de ellos fue a sus funerales ni envío una triste flor.

 

Esa noche, después de su entierro, yo no podía dormir. Me volteé hacia la pared. Podía observar las sombras causadas por el reflejo de la luna sobre la pared.  Me volteé de nuevo mirando al techo y me senté en la cama. Pude ver el brumoso reflejo de  una espesa nube que pasaba por delante de la luna. Una lágrima solitaria corrió por mi mejilla. Caminé con dificultad hacia la ventana y abrí más la cortina. Observé la melancólica luna perdida en mis pensamientos. Ése fue el adiós final a mi abuela. Ahora sólo la podría visitar en mis sueños o en cuentos de hadas- Ahora sueño, deseo y me pregunto, pero ¿puede eso compararse a la realidad?

 

Mi abuela confiaba en estos hombres de dinero y valores. Ellos corrompieron su alma. Estos hombres tenían poder y cambiaron a mi abuela. Esto muestra cómo la acción de unos cuantos puede transformar a alguien completamente. Yo siempre he creído que uno puede elegir lo que va a hacer y que todo pasa por algún motivo. Pero de mi abuela se aprovecharon porque estaba sola y en malas condiciones. Algunos dirán que los cuentos de hadas no son reales; que sólo existen en la mente. Pero, para mí, los cuentos de hadas son mi vínculo con mi abuela y yo la amo profundamente. Amo a mis sueños; me llevan adelante. Sin ellos estaría tranquila, porque siempre puedo creer que existe una luz al final del tunel.